Desde que nacemos hasta el día de nuestra
muerte, aunque no lo parezca debido al apego excesivo con las reglas impuestas
por la sociedad para mantenernos quietos e inertes frente a la vida, el ser
humano es naturalmente un ser libre, libre de caminar por donde se le plazca y
de hacer lo que quiera, libre de soñar y de pensar. Obviamente
habrá "enemigos" de pensamiento que no dejaran transitar aquellas calles de
adoquines en paz porque siempre fue y será así, solo en uno mismo está la
convicción de hacer oídos sordos y pese a todas las indicaciones de desvíos
continuar a toda marcha sobre aquella idea que aun mantiene la frescura de la
libertad. Fue así que Astor Piazzolla, en una época donde el tango representaba
mucho más que ahora la cultura del porteño y resplandecía con fuerza en cuanto
bar, ya sea en barrios de conurbano o de la avenida Corrientes, uno visitase
decide darle a su carrera, que como todo genio había comenzado desde muy
pequeño tocando con grandes de esta música arrabalera entre los que se destaca
Aníbal “Pichuco” Troilo y contaba con una vasta trayectoria, un giro de tuerca
buscando la innovación sobre este género por demás autóctono y ortodoxo,
logrando una fusión increíble allá por unos convulsionados años 70 (1974) con
su obra Libertango grabada en Italia
a pedido del propio músico a raíz de un problema de su salud.
Como siempre, nada es gratis y si hubiese sido contemporáneo a la época donde se quemaba gente
inocente por creer que sus actos extraños eran actos del demonio su cuerpo
estaría ardiendo en las llamas del
infierno, ya que fue víctima de las críticas más duras por parte de muchos
detractores del ambiente tanguero debido a que veían en su obra un insulto
hacia los estudiosos del tiempo, el ritmo y la armonía del dos por cuatro, no
pudiendo concebir la utilización de instrumentos eléctricos como el bajo, la
guitarra o el órgano ni tampoco la irrespetuosidad de mezclar todo en una gran
ensaladera dentro de los desvaríos del jazz y el rock, géneros extranjeros que
pisaban fuerte en la juventud y que desplazaba al tango de los planos
centrales. Pero no todo fue tan malo,
Libertango, rápidamente comenzó a dar sus frutos en Europa y como pasa siempre con nuestros compatriotas
luego de aquel “runrún” de éxito internacional se le empezó a reconocer, en un
principio algo a desgano, dentro de su propio país.
Esta obra es para mí una muestra de que existen
en la historia de la humanidad, personas que por una cuestión inexplicable
viajan, a través de sus apreciaciones y percepciones sobre el arte, en una
máquina del tiempo, que los transporta y les permite ver el futuro, y bien por
ellos que pese a sus miedos han decidido mostrárselo al mundo para que entienda
con anticipación, acortando para quien quiera escuchar, las distancias y el
impacto sobre lo que vendrá, sobre los cambios que nosotros mismos como humanos
que somos vamos realizando a lo largo de la vida y a lo largo de las
generaciones.
Libertango es el la muestra viva de un tango, como su
nombre lo define, libre y joven decidido a interactuar con otras voces
caracterizándose en su potencia y vigorosidad estética, fascinando,
impactando, con callejones grises de bandoneón, plazoletas tristes y palomas
volando entre los edificios de la ciudad, el amor de Buenos Aires en plena
noche de teatro, café, humo,
sentimientos de orquestas rebeldes, exploración, colonización de un sonido
solitario y tan característico que con tan solo oír los primeros pasajes,
rebosantes de un color jamás visto, uno sabra que eso no es nada más ni nada
menos que el gran Astor Piazzolla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario